“EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS”
de Fernando Clemot
En el blog de Bárbara Fernández Esteban
Me acerqué a Fernando Clemot por culpa del Premio Seteníl que él ganó
con muchísimos más méritos que nadie. Con infinitos méritos más que yo.
“Estancos del Chiado”, no sólo fue un descubrimiento, sino que me
deslumbró tanto, para hundirme en mi miseria insensatamente atrevida,
que juré no volver a ir a ningún concurso, ni a leerle una sola palabra
más de su prosa densa y profusa.
Pero mi juramento no podía ser largo porque en todo caso salía yo
perdiendo, y cuando apareció “el Libro de las maravillas”, como Orfeo
que volvió la vista atrás tras el rostro de Eurídice, yo la volví, por
saber si, difuminado lo que había sido maravilloso, mi encantamiento tan
solo había sido pasajero. No desapareció como Eurídice, sino más bien
yo misma, maravillada, para quedarme como la mujer de Lot, cautiva, como
una estatua de sal con la boca abierta.
El libro de las maravillas es laberintico, pero no con estancias
estancas, sino con corrientes fluidas que se entremezclan para
contaminarse entre ellas en el único cauce de la memoria. En ese
escenario es normal que todo transcurra preñado de la melancolía que
hunde sus raíces en el fracaso de todas las vidas de los personajes que
acompañan al protagonista en sus últimos seis días, en un intento de
coronar con un éxito imposible su propia vida, cuando ya no queda
tiempo, cuando el pábilo de la vela “estertorea”, apurada toda la cera.
En definitiva, todo está destinado al fracaso si el final es acabar en
el pabellón de los críticos de donde nadie vuelve. No hay peor
enfermedad que la propia vida, incapaz de variar el destino, por más que
se pretenda cambiar algo, el final, para que todo cambie. Esta ha sido
la intención logradísima de Fernando, a través del protagonista del
libro, como otro Rustichello, escuchando las historias de otros Marco
Polos, sus compañeros de hospital —otro presidio—, en este “nuevo” libro
de las maravillas. Cambiar el final para que todo cambie, con la
pretensión ilusa de enmendar la eterna verdad presocrática de Heráclito.
Si nadie se baña dos veces en el mismo rio, piensa el narrador del
libro, vaciemos el rio y que discurra otra corriente, u otras, a
demanda.
Las historias que va recogiendo el señor C., todas tremendas, son una
resurrección de cada cronista en connivencia con el nuevo Rustichello
que acabará finalmente optando por querer ser un nuevo Marco Polo.
Todavía debe quedar viaje, piensa, a pesar de todo. El autor consigue
ponérselas al lector en el hueco de sus manos, en la retina del ojo,
para que pueda palparlas de cerca, para que las vea ahí mismo, siendo
parte de las mismas; en el oído, como el pecador arrepentido, relata su
pecado en voz baja al confesor. En todas las historias hay pálpito de
vida, y en todas hay fracaso, porque la vida sólo es eso. Uno, Brioso,
recuperará su sonrisa más profunda después de confesar su miseria moral.
El doctor se sentirá mezquino en Escocia, y Clara, cercana a la
bipolaridad, se hundirá en su arrogancia. Nada servirá para llenar las
manos vacías que muestra el Señor C. al ir al hospital para ingresar,
sufriendo lo justo, en el pabellón de los críticos, pero sí para
incitarle a un nuevo viaje, por corto que sea. Para sentirse de nuevo
Marco Polo.
Es espectacular como cada historia trae su voz y su tono, distintos
de los del narrador principal. Éste se entromete en sí mismo, se
autosicoanaliza, traba sus pensamientos en metáforas prolijas, en frases
minuciosas, en los matices de palabras preciosas como joyas extrañas.
Su carácter, que a veces raya en la inmadurez sináptica, lo aleja o lo
acerca a trastornos psicológicos. Es un personaje complejo sin nombre.
Un hombre enfermo, como todos.
Por el contrario los cronistas de las historias, las presentan
lineales, llanas, sin excesos ni exuberancias, reales, sin escondrijos
ni chiribitiles, como una película de John Ford que un fotograma llama
al otro, un plano a otro plano como consecuencia.
La lectura del “libro de las maravillas” de Fernando Clemot es una
gozada. Un libro que junto a la fecha en que lo he terminado de leer, o
sea ayer —lo que suelo anotar como una costumbre inveterada—, he
añadido: “volver a leer antes que el sol llegue al trópico de cáncer”.
Bárbara Fernández Esteban
3 comentarios:
He estado buscando información del autor y he leído varias reseñas de sus libros. Esta, me ha cautivado. No me seducen mucho los relatos pero, tras leer esta reseña, me voy a decidir a leerlo y a conocer la escritura del autor F.Clemot, que por las crríticas dicen que es el mejor autor de relatos. Espero encontrar una buena literatura.
Saludos a ambos, al autor del libro y a la autora de tan magistral reseña.
Juan.
He estado buscando información del autor y he leído varias reseñas de sus libros. Esta, me ha cautivado. No me seducen mucho los relatos pero, tras leer esta reseña, me voy a decidir a leerlo y a conocer la escritura del autor F.Clemot, que por las crríticas dicen que es el mejor autor de relatos. Espero encontrar una buena literatura.
Saludos a ambos, al autor del libro y a la autora de tan magistral reseña.
Juan.
Gracias, Juan.
Ya me contarás qué te parece, lo bueno y lo que no te gusta tanto.
Un gran abrazo.
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