Portada de La tormenta en un
vaso de agua de Pablo Gallo
Artículo aparecido el 2/3/2013
en La tormenta en un vaso de agua
1. Ignacio Sanz
Los veinte cuentos que conforman Safaris
inolvidables componen una deliciosa sinfonía narrativa. Su música,
poco a poco, va envolviendo al lector que descubre pequeñas complicidades que
destellan de un cuento a otro. Escritos en primera persona, el narrador tiende
puentes con los personajes entre un cuento y otro. De ahí que nos encontremos
con un personaje que habíamos conocido de manera superficial en Lanzarote, en
otro cuento que discurre en Brasil. Islas remotas perdidas en la vastedad del
Océano Índico, selvas tropicales, territorios devastados por lejanías
insospechadas son algunos de los escenarios en los que Fernando Clemot mueve
a sus personajes. A veces en esos espacios marcados por la lejanía, nos cuenta
historias pretéritas para reavivar dramas presentes. Y todo ello aderezado con
técnicas descriptivas rabiosamente actuales ya que el narrador nos describe los
fenómenos geográficos a través de los recursos que presta Internet. Así,
resulta asombroso cómo describe minuciosamente un fenómeno geográfico a 800
metros de altura y cómo ese fenómeno se difumina cuando se eleva a 5000 metros.
Como si estuviera relatando lo que se ve desde un avión. Pero Clemot nos
deja claro que lo hace desde un servidor de la red.
Brasil, Irlanda, Hungría,
Portugal, Francia… son meros pretextos. El lector se convierte en testigo de
unos viajes que remiten al nomadeo y al desamparo del propio narrador; a veces
a la evocación de tiempos felices que el presente torna amargo. Cuando el
narrador se siente traicionado, es decir, abandonado y solo, evoca aquella
ocasión en que, hace años, precisamente ahora que se encuentra herido, él hizo
lo mismo. De manera que los viajes no son sólo espaciales, sino en el tiempo.
Los argumentos se quiebran de pronto, rompen el ritmo, van y vienen. Casi nunca
avanzan de manera lineal, más bien parece que cabalgaran sobre el lomo de un
caballo de ajedrez.
Con frecuencia leemos libros de
relatos que se presentan como novelas. Pues bien, Safaris inolvidables,
sin dejar de ser veinte cuentos independientes y autónomos, podría pasar por
una novela fragmentaria, dado que nos ofrecen fragmentos de vida de un mismo
narrador. O sus recuerdos. O Las historias que le contaron.
Algunos cuentos resultan
redondos como el de María Aparecida, la mulata brasileña de la que se enamora
el narrador y de la que vivirá colgado el resto de su vida. Hay historias
sorprendentes como la dedicada a contarnos las extravagancias del poeta
fascista D'Annunzio, tan sugerente, pese a todo.
Hay cuentos breves y fulgurantes
como “La agonía de las flores” que dejan un aroma melancólico en el ánimo del
lector.
No conocía a Fernando Clemot,
pese a que en 2009 recibió con Estancos del Chiado el premio
Setenil al mejor libro de cuentos. Cuántas lagunas tiene uno. Ha resultado un
descubrimiento feliz este Safaris inolvidables, tan metaliterario,
con ese fondo de amargura y cierto desenfado. Lo dicho: una delicia.
2. José Miguel López-Astilleros
Adentrarse en la espesura de los
veinte cuentos que Fernando Clemot nos ofrece en su segundo libro de
este género (el primero fue Estancos del Chiado, con el que obtuvo
el prestigioso premio Setenil), es disponerse a emprender un doble viaje, que
es el mismo: uno externo, que nos llevará por geografías y paisajes desde la
virtualidad de una computadora, pero que a la manera del romanticismo expresan
a menudo estados del alma; y otro interno, el que hacemos a la recuperación de
un pasado, que lejos de permanecer inmóvil en la memoria, se le revela a los
protagonistas como algo voluble e inestable, de una fragilidad que nos enfrenta
a la extrañeza de la vida, cuyo recuerdo nos deja a la intemperie, sin más
protección que las palabras que lo recrean, porque como se dice en el primer
relato «no hay maleta con mayor lastre que el pasado, somos solo fatiga al
anochecer de este viaje, tristes esclavos del recuerdo.
Los temas fundamentales son la
memoria, la senda tortuosa de la reconstrucción de los recuerdos y la pérdida
del amor, por ejemplo en el que da título al libro, Safaris inolvidables o en
Ni odio ni olvido, entre otros; así como el tiempo, y concretamente el tiempo
como destructor de los sueños, en María Aparecida, donde el capitán Jensen,
tras cartearse dos años con su amor durante sus viajes, vuelve a ella, pero
encuentra a una mujer desconocida; o la muerte en Flores del Sertón, en el que
asistimos a un momento de exquisito refinamiento al contraponer el cálido
funeral de un campesino muerto durante un viaje en autobús por el Sertón, con
el frío y deshumanizado funeral de la madre del protagonista; pero también la
locura, como en Los cincuenta furiosos, cuyo último párrafo reza así «Nos
aguardan pacientes en la esquina la locura y la nada, con su cuenco de hueso,
cerca del fin, como un lienzo vacío de color sobre los eternos campos de hielo».
Un elemento capital de la obra
es su unidad, conseguida de varios modos: por la repetición de los temas en muchos
de ellos; por la aparición de dos grupos de relatos que ofrecen una cierta
continuidad, de tal modo que en el titulado Safaris inolvidables comienza una
historia de desamor, en la cual el protagonista es abandonado por su pareja, y
a partir de aquí, en cuatro relatos más, diseminados por todo el libro, iniciará
un proceso de recuperación de sus recuerdos, narrados hacia atrás conforme van
transcurriendo distintos episodios de su relación con ella. El segundo grupo
está compuesto de tres cuentos que tienen como protagonistas a dos marinos,
Jensen y Christian, que al igual que los cinco anteriores están distribuidos de
manera discontinua entre los demás. Otros elementos que prestan unidad al
conjunto son la utilización de la primera persona en todos o la omnipresencia
en la mayor parte de ellos de un “programa”, como así se le denomina, que nos
recuerda a Google Earth y su herramienta Google Street View, mediante el cual
el protagonista realiza los viajes en el tiempo y el espacio, desde Lisboa a
Roma, Budapest o Venus. Esta unidad fortalece y aglutina los diversos matices
de las obsesiones que habitan el ideario del autor en favor del conjunto, pero
por otra parte corre el riesgo de desdibujar la individualidad de cada uno de
las piezas, sobre todo por abundar en lo que las une.
Los personajes están inmersos,
en su mayoría, en una cotidianidad que nos acerca a su realidad de ficción. Al
hilo del argumento central y de los personajes principales, en ocasiones van
surgiendo una pléyade de secundarios, cuyas vidas están pergeñadas de manera
breve y eficaz, no menos atractiva que aquellos. A todo ello hay que añadir el
inteligente manejo de los finales abiertos y las elipsis, que dotan a los
relatos de un misterio insondable, con momentos de intenso lirismo y sabiduría
vital.
La impresión emocional que nos
dejan estos cuentos de Fernando Clemot, es de una silenciosa y reflexiva
melancolía, que no surge de un lenguaje especialmente emotivo ni sensiblero,
sino de un planteamiento existencial y una técnica narrativa manejada con
pericia y acierto, que tiene un magnífico ejemplo en el fastuoso comienzo de El
hombre que mira. Todo un placer para lectores de profundidades y silencios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario