LA AGONÍA DE LAS FLORES
En Angola, a unos cien kilómetros al sur de la ciudad de Saurimo, encontramos lo que parece una hoja palmeada, perfecta, con sus nervaduras marcadas, muy semejante a las que vemos en las plataneras de nuestros parques. Frente a ella, casi enfrentada, hay otra hoja más pequeña, reniforme y dicótoma, con tonos que en algunos puntos se acercan al morado; esta segunda hoja esta centrada sobre el parque nacional de Cameia. Calculo que la primera hoja tiene, desde su base a su ápice, la superficie aproximada de Italia y la segunda una extensión equivalente a la de Holanda.
Recuerdo hojas parecidas a estas, hojas de antaño; durante décadas se mantuvo la costumbre de dejar flores, ramas y hojas secas entre las páginas de un libro. Se extinguió aquella costumbre como la de llevarlas en el ojal o entre el cabello, recuerdo a mi padre llevando menta entre los dientes, eran resmas de otro tiempo, bellas pero inútiles, presa fácil en la era del pragmatismo.
Las flores y hojas en los libros fue una práctica más reciente, quizá el último estadio de utilidad de las flores, quizá por otoñal el más hermoso. Mi hermano todavía solía dejar flores entre las páginas de un libro de Torga o de Miguel Hernández, también lo recuerdo en un ejemplar que le dieron con algún periódico y que se llamaba La revolución de los claveles, también en alguno sobre la vida de Durruti; allí había flores y hojas de olivo, también alguna anotación y dibujos en los márgenes. Las flores se extinguieron al mismo compás que los ideales.
Ya no hay flores entre las páginas de los libros, ni anotaciones, ni dibujos. Nadie tatúa su nombre en un tronco o en las maderas de un banco, se prefiere escribir a la amada un mensaje de móvil que se convierte en un rótulo en un programa de madrugada.
No se deshojarán más margaritas ni nadie verá tus iniciales en la corteza de un árbol. En la pantalla, por noventa céntimos de euro, todo el mundo podrá leer tu nombre, mi amor, y lo mucho que te echo de menos.
De "Safaris inolvidables": Fernando Clemot, 2011
En Angola, a unos cien kilómetros al sur de la ciudad de Saurimo, encontramos lo que parece una hoja palmeada, perfecta, con sus nervaduras marcadas, muy semejante a las que vemos en las plataneras de nuestros parques. Frente a ella, casi enfrentada, hay otra hoja más pequeña, reniforme y dicótoma, con tonos que en algunos puntos se acercan al morado; esta segunda hoja esta centrada sobre el parque nacional de Cameia. Calculo que la primera hoja tiene, desde su base a su ápice, la superficie aproximada de Italia y la segunda una extensión equivalente a la de Holanda.
Recuerdo hojas parecidas a estas, hojas de antaño; durante décadas se mantuvo la costumbre de dejar flores, ramas y hojas secas entre las páginas de un libro. Se extinguió aquella costumbre como la de llevarlas en el ojal o entre el cabello, recuerdo a mi padre llevando menta entre los dientes, eran resmas de otro tiempo, bellas pero inútiles, presa fácil en la era del pragmatismo.
Las flores y hojas en los libros fue una práctica más reciente, quizá el último estadio de utilidad de las flores, quizá por otoñal el más hermoso. Mi hermano todavía solía dejar flores entre las páginas de un libro de Torga o de Miguel Hernández, también lo recuerdo en un ejemplar que le dieron con algún periódico y que se llamaba La revolución de los claveles, también en alguno sobre la vida de Durruti; allí había flores y hojas de olivo, también alguna anotación y dibujos en los márgenes. Las flores se extinguieron al mismo compás que los ideales.
Ya no hay flores entre las páginas de los libros, ni anotaciones, ni dibujos. Nadie tatúa su nombre en un tronco o en las maderas de un banco, se prefiere escribir a la amada un mensaje de móvil que se convierte en un rótulo en un programa de madrugada.
No se deshojarán más margaritas ni nadie verá tus iniciales en la corteza de un árbol. En la pantalla, por noventa céntimos de euro, todo el mundo podrá leer tu nombre, mi amor, y lo mucho que te echo de menos.
De "Safaris inolvidables": Fernando Clemot, 2011
1 comentario:
Debo ser una rara avis... pero yo todavía guardo flores entre los sonetos de Shakespeare, los poemas de amor de Neruda, las rimas de Bécquer o la poesía de Machado... Precioso!!!
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