jueves, 29 de julio de 2010

EL MICROCUENTO E INTERNET. Artículo de Fernando Clemot aparecido en la revista Ajícara (29/7/10)


El microcuento e internet
por Fernando Clemot

“El microrrelato nace con la idea de ser leído de un tirón, como un chupito de whisky se rellena con la intención de beberse de un trago, al poco sientes el quemazón en la garganta primero y más tarde en el estómago, y esa misma sensación es la que debería quedar en la memoria del lector cada vez que se enfrente a él.” Ginés S. Cutillas

Orígenes


Al microrrelato, al no ser uno de los géneros llamados clásicos, se le han encontrado innumerables inicios y referentes.

Algunos le han buscado una relación directa con géneros anteriores ya que en la literatura siempre se han utilizado textos o formas orales de corta extensión como las fábulas, las parábolas, las adivinanzas… Otros, como el escritor y crítico Pedro de Miguel (1), encuentran en las vanguardias y en los años treinta el caldo de cultivo del género pero habría que decir, poniéndonos estrictos, que el microcuento como género definido tiene una historia breve en español, es un género novedoso, recién inaugurado y no encontramos esa primera definición hasta los años cincuenta, en Argentina, de la mano de Bioy Casares, Borges y Cortázar. Tras estos le siguen otros autores iberoamericanos como Arreola, Denevi o Monterroso y de aquí a los autores españoles como Merino, Zapata, Tomeo, Juan Pedro Aparicio o Ángel Olgoso que junto a los trabajos teóricos de David Lagmanovich, Fernando Valls o Francisca Noguerol acabarán dando una mayor cohesión y profundidad al género.

Así tenemos que en un par de generaciones se ha pasado de las primeras formas de microrrelato o prosa breve a las que Max Aub llamaría “cagarritas literarias” a un género de prestigio, con proyección, con un aparato crítico que lo avala, estudios literarios a su alrededor y con congresos dedicados al mismo.

Nuevos géneros, nuevas tecnologías.

Debates aparte lo que parece claro es que cuando hablamos de microrrelato o microcuento hablamos de un género de muy reciente formación y definición, desarrollado en nuestro país principalmente en los últimos veinticinco años y que coincide de esta forma con el despegue e implantación masiva las nuevas tecnologías: webs, blogs, redes sociales… No sólo en las coordenadas temporales coinciden microrelato e internet si no que en la base de ambas formas de expresión encontramos una correlación decisiva ya que en ambas la brevedad e inmediatez son características definitorias.

Y así es, y en estos años de implantación de la literatura en internet el microrrelato ha resultado uno de los géneros más favorecidos y potenciados por las nuevas tecnologías. El ensayo, el relato tradicional, y mucho menos la novela, no son géneros que por extensión y fondo se adapten al formato de un blog o una página web con la misma comodidad que el microrrelato. Incluso la poesía parece que no encuentra un cauce apropiado en el lenguaje digital que lo pueda representar sin quitarle connotaciones que sí le ofrece el libro impreso.

Se diría que Internet, y en especial el blog, parece un formato creado por y para el microrelato y puede que sea en la blogosfera donde se ha producido un auge más espectacular del género. El microrrelato medio, cuyo tamaño debería oscilar aproximadamente entre doce y veinticuatro líneas, coincide prácticamente con la visualización de lo que comunmente se llama un “pantallazo de blog”. Pocas veces una herramienta se ha adaptado tan bien a una función como en el binomio microrrelato-blog. Fruto de esta adecuación se han desarrollado, especialmente en los cinco últimos años, un buen número de blogs dentro del ámbito nacional dedicados al cultivo del relato breve, no siempre de forma exclusiva pero que sí acogen con frecuencia reflexiones, debates y microrrelatos de los propios blogeros o de escritores colaboradores.

Una buena forma de seguir la actualidad del género es seguir la bulliciosa actualidad de algunos blogs, entre los que podríamos destacar: La nave de los locos, Relataduras, los blogs de Ginés Cutillas y Sergi Bellver, El clavo en la pared, Pensión Ulises, el blog de la revista Al otro lado del espejo, El tacto de un billete falso y los lamentablemente extintos Masacre en los jardines y El síndrome Chéjov

Presente y futuro del microrrelato.

El presente de este género en la red no puede ser más esperanzador ya que coincide en el tiempo con el auge en España del género del cuento, familiar muy próximo del microrrelato. Se diría que los géneros de la narrativa breve pasan por un momento inédito de esplendor, empujado también desde hace unos años por los múltiples premios literarios que espolean a los creadores de cuento y microcuento.

Quizá impulsado por este interés y el desarrollo en la red algunas editoriales se han identificado con el género del microrrelato y han apostado definitivamente por él. De estas cabría destacar especialmente la editorial zaragozana Páginas de Espuma, que recientemente publicó un segundo volumen de su antología Por favor sea breve, y también otras como Traspiés, Menoscuarto, Cuadernos del Vigía, a la par que la labor referencial de Fernando Valls (destacamos sus recopilatorios Ciempiés, los relatos de Quimera y el estudio Soplando vidrio y otros estudios sobre el microcuento español) que ha actuado como verdadero dinamizador del género en España.

1 “El microrrelato se populariza en la literatura en español gracias a la concurrencia de dos fenómenos de distinta índole: la explosión de las vanguardias con su renovación expresiva y la proliferación de revistas que exigían textos breves ilustrados para llenar sus páginas culturales. Algunas de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna son verdaderos cuentos de apenas una línea, y también Rubén Darío y Vicente Huidobro publicaron minicuentos desde diversas estéticas. Junto a estos autores, la crítica señala también al mexicano Julio Torri y al argentino Leopoldo Lugones como decisivos precursores del actual microrrelato…”

Artículo aparecido en la revista Ajícara
( http://www.ajicara.com) el 29/7/10



miércoles, 21 de julio de 2010

PRÓLOGO DEL RECOPILATORIO "TIEMPO NARRADO" (PARALELO SUR EDICIONES, 2010)


Pronto en el recopilatorio Tiempo narrado (Paralelo Sur Ediciones) con Eloi, Alex Prats, Eduardo Iriarte, Roc Jané, Claudia Apablaza, Mariano Fernández, Pablo Matilla...Un libro de cuentos con materiales de todos los que participamos en la tertulia de los jueves. Nos hace mucha ilusión publicar juntos. En librerías y las presentaciones en septiembre.
Aquí, de momento, el prólogo




A la tertulia de los Jueves llegué de la mano de Eloi. Él me comentó que se quería formar un grupo para conversar en profundidad sobre lo que escribíamos y que el resto de integrantes se conocían de unas clases de literatura de una afamada escuela de Barcelona. Así nació la tertulia de los Jueves, como un lugar donde conversar, donde afirmarse y ahuyentar los fantasmas.

Así llegué a la primera tertulia que se formó con Mariano, Álex y Eduardo –los tres que provenían de aquellas clases-, Eloi y yo. Esta fue la composición de aquella tertulia primigenia. Era un jueves de octubre de 2007 y fue en el despacho de Irene, la mujer de Eloi. Yo venía con él y no conocía a ninguno de los otros integrantes pero he de decir que desde el principio hubo una sintonía que nos ha hecho ir renovando la tertulia temporada tras temporada, buscando para encontrarnos espacios que a veces no existían.

Recuerdo que aquel primer día hablamos sobre tres cuentos que les pasé a los otros cuatro integrantes por correo electrónico. Con aquella primera velada de la tertulia de los Jueves hay que decir que se inauguró también una forma de trabajar que ha variado muy poco en estos casi tres años. La primera parte de la sesión se dedica a comentar el texto seleccionado en el encuentro anterior y el último rato a preparar la sesión próxima. En esta primera hora se ha despachado de todo; se han analizado cuentos, libros de cuentos, borradores de novela, novelas a medias o novelas enteras y a punto de publicar. Hasta tal punto ha alcanzado la confianza que, en lo personal, he llegado a dejar leer novelas a medio escribir y sin corregir, circunstancia que me hubiera parecido un anatema meses antes.

La tertulia no se acabó ahí ni se cerró con nosotros cinco. Con el tiempo se fue completando con nuevos tertulianos como Pablo, Roc y Claudia y también fue pasando por otras ubicaciones: la antigua sede de Paralelo Sur Ediciones en la Gran Vía, la casa de Eduardo, de Eloi, mi casa…y todavía sigue en esta fase itinerante ya que lo importante nunca fue el lugar si no quiénes éramos y qué hacíamos.

La tertulia de los Jueves alcanza con la publicación de “Tiempo narrado” un objetivo hermoso e inesperado: la creación de una antología propia. La idea fue de Eduardo y también hay qué decir que tanto hablar de unos y otros y de literatura no sé cómo no se nos ocurrió antes… Todo suceso, como narración, tiene un tiempo, y el tiempo mismo no puede ser objeto de narración, puede ser narrado, descrito.

Con esta publicación tendremos un elemento físico que represente estos tres años de trabajo y amistad. El libro seránuestro trofeo: lo podremos mirar pasado el tiempo y sabremos que estuvimos allí y que aquello significó algo. Pase lo que pase con nosotros y con la tertulia el resto del mundo sabrá que existieron esos jueves por la tarde, siempre a las siete, que durante ese tiempo fuimos uno, que fuimos de la mano de alguien en nuestros sueños y delirios.

Fuimos, sí. Compartimos. Tuvimos vocación de perdurar y perduramos. Hoy nos tenéis otra vez de la mano.


Fernando Clemot

lunes, 19 de julio de 2010

MIRO LAS DOS FOTOS QUE TOMÉ EN EL WRITERS, DE FERNANDO CLEMOT



MIRO LAS DOS FOTOS QUE TOMÉ EN EL WRITERS
de Fernando Clemot

Relato aparecido en el número 40 de la revista Calidoscopio.



No me sentí más escritor al salir de allí.
Entrar en el Dublin Writers Museum había sido una equivocación y una tomadura de pelo, Raúl me dijo que hubiera sido mejor invertir los cuatro euros tomando una pinta en el Mulligan que entrando allí y a mi pesar tuve que darle la razón. Desde la acera de Mountjoy el museo era una finca victoriana más, con su escalerita, no demasiado grande y con la parte de abajo tapiada. Pagamos en la primera planta, no había nada, y arriba una continuación del desencanto. Olía a polilla y el parqué estaba gastado. Los aparadores eran viejos, posiblemente traídos de otro destino, y estaban bastante despoblados: cuatro legajos, algunas fotos, primeras ediciones de algunos libros de Kavanagh y O’Brien, y la máquina de escribir que había lanzado Behan por la cristalera del pub cansado de no poder escribir una línea.
Poco saqué de allí. Cuando vi que la exposición ocupaba lo que abarcaba mi vista me entretuve mirando un ejemplar de Melmoth el errabundo, pero no era primera edición si no una de finales del XIX bastante curiosa, con las guardas ya muy sueltas. Raúl estaba impaciente y me dijo que me esperaba en el bar de enfrente. Me estaba poniendo frenético. Le dije que fuera a tomarse la condenada cerveza que yo no tardaría. En el tiempo en que estuve solo haciendo tiempo fue cuando vi aquellas fotos de Behan. Estaban junto a un carné del gremio de pintores pero me seguían atrayendo aquellas fotos. Con la cámara del móvil traté de sacarlas. Miré el resultado, habían salido mal, como ahumadas por el reflejo de la luz en el cristal.
No me demoré más. En la primera planta vendían recuerdos y todavía tuve el humor de comprar un póster enorme, de casi un metro cuadrado que bajo el título de Ireland’s Writers mostraba el perfil y una breve biografía de todos los escritores célebres nacidos en la isla. Allí están Moore, Synge, Swift, un Kavanagh desconocido, absolutamente sereno, Carlo me dijo que tenía una retirada a Harold Lloyd sin su canotié, también estaba el divino Yeats, O’Casey, también los que huyeron de la miseria de Dublín en cuanto pudieron: Joyce, Stoker, Bernard Shaw, Beckett, Wilde… Me sentí estúpido con aquel souvenir, como los turistas que visitan la fábrica de la Guinness. Todavía conservo en casa el cartel enmarcado, es enorme, no puedo sujetarme y lo mido, ciento cinco centímetros de alto por setenta de ancho, está estirado en el suelo junto a un puzzle enmarcado, el cuadro de los escritores pesa lo suyo con el marco, lo pongo de pie contra la estantería de libros, es muy delicado, lo apoyo, es como ayudar a un anciano a levantarse después una caída. Tiene un diseño antiguo el cartel, con su fondo color madera de biblioteca, tiene marcas atrás hechas con lápiz y también algún arañazo, se ha colgado y descolgado de todos los despachos en los que he estado. Aquel día el condenado cartel se paseó por todo Dublín.
Fuera esperaba Raúl que me puso mala cara. Se había tomado dos cervezas y me dijo que no había forma de encontrar chocolate pero que había hablado con Carlo y que le ha puesto en contacto con un camello, un tal Derrick, no vive en el centro pero es de fiar, Carlo le ha dicho que es lo mejor que podemos encontrar por aquí, hay que ir a en un barrio de las afueras con mala fama, Ballymun, cerca del aeropuerto. Me enseña el papelote con la dirección y el teléfono, Balcurris Road, 7. 2nd. 675-694-1. Cogimos un autobús que nos dejó frente a un Hilton que hacía servicio al personal de las terminales. Antes de cruzar la autovía nos tomamos alguna cerveza más en un libanés. Se había hecho de noche y había pocas luces en aquel barrio del demonio. Llegamos al número siete. Soplaba el viento. Fincas que parecen calaveras con sus bocas huecas. En la escalera huele a cocido y a ropa sucia. Derrick no está, nos dice una chica pelirroja con una niña en brazos, le decimos que venimos de parte de Carlo, lo podéis encontrar en este bar. Todo parece sucio y agradezco volver al centro. El póster es enorme, incómodo y no sé cómo llevarlo en el autobús.
Raúl no dice nada. Está de un humor de perros y no mejorará hasta que no encuentre lo que busca. Miro las fotos que tomé en la vitrina. En la primera está Behan abrazado a un cómico norteamericano, un tal Jackie Gleason, una estrella de los primeros años de la televisión. En la etiqueta indica que la foto es de 1960. Behan sólo tenía treinta y siete años y debía estar muy enfermo. Está embotado, rojo y el gordo de Gleason a su lado, con su bigote de cínico, se diría que riéndose del escritor borracho.
Guardo el móvil. Pasamos otra vez cerca de Dame Street y Grafton, delante está Saint Stephen’s Green y en la entrada el Arco de los Fusileros, una especie de Arc de Triomphe en pequeño, dedicado a los fusileros de las compañías irlandesas que perdieron la vida en la guerra de los Bóers. Hacia el sur y hasta Grand Canal empieza el Dublín Georgiano: Kildare, Merrion, Fitzwilliam, Dawson… El otro día paseamos con Carlo por allí. En Baggot, en el número veinticuatro, vivió el duque de Wellington, el héroe de Waterloo y la campaña de España, antes de irse a estudiar a Eton. Miro a Raúl. Lo prueba otra vez: 675-694-1 y el teléfono que no suena. El duque. La ciudad le debe poco al gran hombre, quizá una de sus frases más repulsivas: “Nacer en un muladar no te convierte en un asno.” o tal vez hizo la comparación con un mulo o con un cerdo y su pocilga pero fue algo así.
Los protestantes invasores siempre despreciaron a la ciudad rebelde: en el XVII los exterminaron con Cromwell y enviaron a miles de católicos hacia el oeste, al hambre de las “badlands”, se les prohibió el acceso a la universidad y se les quitó el patronímico a sus apellidos. En el 1847 llegó la hambruna de la patata, la emigración y el uso como carne de cañón en las guerras coloniales. Se dice que tras la batalla del Marne todas las ventanas de los Liberties se llenaron de paños y crespones negros por los soldados muertos en Francia. Una matanza de siglos. A principios del XIX la isla tenía ocho millones de habitantes y Dublín era la segunda ciudad del Imperio: al firmarse la Independencia apenas superaban los dos millones y era el país más pobre de Europa. Luego llegó Michael Collins y soltó la frasecita pero su sentencia llegó también tarde. Los escritores nacían en el muladar y huían en seguida de aquel erial: Joyce, Wilde, Shaw, Stoker, la ciudad era una copia del Dublin Writers, el suelo gastado del Dublin Writers es el metro patrón, el metro de platino e iridio que hay en Sevrès, es la medida perfecta para entender todo, mide Dublín y también mide a Irlanda. Antes de cualquier medida, antes del Writers llegó el horror, hubo una matanza concienzuda, maquinal y caníbal. Un holocausto estúpido y gamberro, de instituto a instituto, sin odio ni piedad. Una obra salvaje y perfecta que debía ser asignatura preferente para los cerebritos del Trinity.
Llevábamos dos semanas allí. La tercera noche Raúl se fue con una borracha que conoció en Nichol’s. Olía a alcohol y se paró a orinar cerca la valla del Trinity. Vivía más allá del hospital de Combee. Yo los acompañé hasta Francis Street y allí los perdí de vista. Los Liberties crecieron allí, nacen en Saint Patrick y Saint Audden durante mucho tiempo fueron los barrios obreros, dieron carne a la revolución y sangre a los regimientos reales de fusileros Una de las primeras noches tomamos unas cervezas debajo del arco, Fortissimis suis militibus hoc monumentum eblana dedicavit MCMVII. Hartshill, Ladysmith, Talana, Colenso, Tulega Heights, Laings Nekpero, bla, bla, bla, en los cerros polvorientos del Transvaal se quedaron tirados con su tambor y sus gaitas, también recuerdo sus estandartes de muerte en Saint Patrick, ya no hay obreros ni pañuelos negros que señalen el luto, los Liberties se han aburguesado y están llenos de lofts y cámaras de videovigilancia, de yuppies y de gilipollas con oficina en O’Connell.
En tránsito por Merrion los policías que hay frente a la Leinster House nos miran con desconfianza. Oscar Wilde también vivió en Merrion, como Yeats, el Divino, que vivió en el número 52 y luego en el 82. Dicen que una noche llevaron al poeta a un pub, el Divino nunca había estado en un bar y al poco rato se marchó sofocado diciendo: “Ya he conocido uno y no me gusta, ¿podemos volver a casa?” Irlanda es la tierra de las anécdotas y de los chistes fáciles. Toda su historia se podría contar con dos docenas de ellos. Yeats no debía ser irlandés, era suave como una pluma, su mundo lo amartillaba una biblioteca y el espectro de la Blavatsky, oscuridad y cerrazón, como las Martello Towers vigilaban la ciudad, las Martello tienen forma de flan Dhul, de mastaba y de castillo de arena, las Martello son las guardianas del Imperio y de los remolcadores de Dun Laoghaire. En una las Martello vivió Joyce en 1904 y también en su interior Stephen Dedalus se pelea con Buck Mulligan, no sé por qué celebran el Bloomsday, Joyce fue otro de los que se largó en cuanto pudo, lo disfrazó de algo existencial y sufrido pero le dio la espalda a todo esto a las primeras de cambio, le faltaban pelotas y prefirió el sol helado de Trieste y Suiza a la niebla del Liffey.
Comienza a llover y seguimos sin encontrar al jodido Derrick. El Cementerio de los Hugonotes tiene el tamaño de las cocinas de los apartamentos apareados de Francis Street, en el número ciento veinticinco estaba el de Carlo que no era uno más de aquellos yuppies pero sí tenía una beca en el Trinity. Debí ser un mal compañero. Las ventanas siempre hasta arriba. Sudaba por las noches el alcohol y roncaba. A su amiga gallega le gustaba desnudarse a oscuras, hacía ver que le daba lo mismo pero exhibía los piercings de sus pezones. Era pequeña y bonita, el pecho firme y cargado. Los aros le cerraban como una cancela sus areolas negras, los aros eran el metal, la defensa, eran las Martello Tower de sus pechos. Era de El Ferrol y me reía con ella. Tenía el pelo rapado como un chico y los ojos negros, le gustaba ponerse ropa militar del mercadillo de Thomas Street.
Se hace tarde y aparece el ansia. En el bar de Meath Street no había nadie pero nos han dicho que ha marchado hace poco. 675-694-1, dos veces, comunica. Derrick contesta al fin y nos encontramos con él en un bar cerca del Museo Judío. Nos enseña una pieza del tamaño de un cacahuete. Me la acerco a la nariz. No huele absolutamente a nada, tal vez a canela, pero Raúl no quiere echarse atrás. Entra al lavabo con Derrick para acabar de hacer el reparto. El camarero no dice nada: están cerrando. Me quedo en la barra, el póster está arrugado por la parte en que suelo cogerlo y uno de los extremos está sucio. Abro el móvil y miro la segunda foto, la peor de las dos. Behan está junto a un presentador de radio. Se diría que están en un escenario o en una tarima. Behan está desencajado, se diría que a punto de caer hacia delante, se sujeta con el micrófono, parece que hable con el público. La ropa está sucia y arrugada. Tiene un cerco de sudor en las axilas y orina en los pantalones. La foto es de la época de las grandes borracheras junto a O’Brien y Kavanagh, de las apuestas y las anécdotas frívolas, de las pasadas en McDaid’s, cuando ya no había vuelta atrás.
Salimos del pub y caminamos hasta el Canal. Fumamos mirando el agua. A lo lejos se ve la estatua de Kavanagh, sentado como nosotros, mirando las aguas que irán a morir al Liffey. De vuelta hacia casa le toco el hombro como si fuera un buen amigo. Está helado. Le doy una calada larga y pienso en lo ridículo de aquella estatua.
Sudaba. Ni mejor ni peor. No me sentí mejor escritor al salir de allí.

ROLANDO HINOJOSA, CANDIDATO AL CERVANTES


La Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) ha presentado la candidatura de su miembro numerario Rolando Hinojosa-Smith —considerado uno de los escritores chicanos más prominentes de Estados Unidos— al Premio Miguel de Cervantes de literatura, anunció Eugenio Chang- Rodríguez, bibliotecario de la ANLE.

El premio, concedido anualmente por el Ministerio de Cultura de España a propuesta de las Academias de la Lengua de los países de habla hispana, ha sido calificado como el Nobel de las letras españolas y es la distinción literaria más importante en esa lengua.

El más reciente Premio Cervantes le fue otorgado el año pasado al escritor mexicano José Emilio Pacheco, y desde su institución en 1976 ha reconocido a los literatos más importantes en español, como Jorge Luis Borges, Guillermo Cabrera Infante, Mario Vargas Llosa, Miguel Delibes, Augusto Roa Bastos, Camilo José Cela, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Juan Carlos Onetti y Carlos Fuentes.

El Cervantes está destinado a distinguir la obra global de un autor en lengua castellana cuya contribución al patrimonio cultural hispánico haya sido decisiva. Está dotado con 125.000 euros. Los candidatos al Premio Miguel de Cervantes son propuestos por el pleno de la Real Academia Española, por las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y por los ganadores en pasadas ediciones.

«Mucho me alegra saber que el candidato que presentará la Academia Norteamericana al Premio Cervantes es Rolando Hinojosa-Smith, miembro de número de nuestra institución», comentó Gerardo Piña Rosales, director de la ANLE. «Hinojosa-Smith es sin duda uno de los mejores escritores en lengua española en los Estados Unidos. Muestra de ello son sus libros Estampas del Valle, Klail City y sus alrededores, Mi querido Rafa, Claros varones de Belken». «Ya va siendo hora de que se reconozca en España el valor de este y otros escritores, que llevan décadas escribiendo y publicando en la lengua de Cervantes a todo lo ancho y largo de la Unión Americana», agregó el director de la ANLE.

El jurado del Premio Cervantes está integrado por el director de la Real Academia Española, el director de una Academia de la Lengua de Hispanoamérica, que va cambiando cada año, el premiado en la edición anterior y seis personalidades de reconocido prestigio del mundo académico, literario o universitario hispanoamericano.

Rolando Hinojosa-Smith nació en la localidad de Mercedes, en el condado de Hidalgo, al sudoeste de Texas, en el seno de una familia que tenía raíces a ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos, y es autor de una vasta obra literaria en español y en inglés.

Al igual que ilustres predecesores como William Faulkner, Gabriel García Márquez y Juan Rulfo, Hinojosa Smith ha ideado un espacio mítico, el condado de Belken, basado en su condado natal de Hidalgo, donde se mueven sus personajes y se desarrollan sus conflictos en un alarde de penetración sicológica y destreza literaria.

El autor chicano, que se alistó como voluntario para participar en la Guerra de Corea, comenzó su carrera literaria a principios de la década de 1970. Su primera novela fue galardonada con el Premio Quinto Sol, uno de los principales premios concedidos a la literatura en español en Estados Unidos. Ha recibido premios destacados como el Premio Casa de las Américas (1976), el Best Writing in the Southwest (1981), el Lifetime Achievement Award del Texas Institute of Letters (1998) y el Achievement Award de la Universidad de Illinois en Urbana (1998). Su obra ha sido traducida al francés, alemán, italiano y japonés.

martes, 13 de julio de 2010

SOBRE CLARICE LISPECTOR

CLARICE LISPECTOR (1920-1977)

Artículo aparecido en la revista Culturamas, 13/7/10


Una vida marcada por la tragedia


De origen judío, sus padres emigran de Ucrania a la ciudad de Recife cuando Clarice contaba tan sólo unos meses de edad. A los diez años, Clarice pierde a su madre y escribe ya su primer texto, una obra teatral desaparecida. Escritora desde la infancia, envió varios cuentos al Diario de Pernambuco, que rechazó su publicación en una sección de textos infantiles porque, mientras las historias de los demás niños poseían algún tipo de hilo argumental, los textos de Clarice les desconcertaban, les parecían anormales ya que no describían más que sensaciones y no acciones. Sin duda un temprano anticipo del que tendría que ser el eje de su narrativa.

Con catorce años su familia se traslada a Río de Janeiro. Allí, la joven Clarice empezó a leer libros de autores brasileños y grandes clásicos como Machado de Assis, Eça de Queiroz, Manuel Bandeira, Carlos Drummond de Andrade, Joao Cabral de Melo Neto, Jorge Amado y Dostoievski. Ingresó en la Facultad de Derecho en 1939 a la vez que escribía pequeñas colaboraciones para periódicos y revistas locales. Su voluntad de ser escritora es incontenible. A los veintiún años publica el libro “Cerca del corazón salvaje”, que había escrito dos años. Este libro recibió el premio Fundación Graça Aranha para el mejor libro publicado en 1943 y será su primer reconocimiento.

Conoce a su esposo, el diplomático Maury Gurgel Valente, compañero de universidad, y a quien acompañaría de país en país en su carrera diplomática hasta su separación, en 1959. Durante cinco años Clarice se traslada de forma continua, se instala en Italia, en Inglaterra y París, acabando finalmente en Berna, donde nace su primer hijo, Paulo. Compagina su vocación con las tareas del hogar y las actividades a las que le obliga el protocolo. Se siente infeliz y aislada. Le aborda la nostalgia de su país, de su gente, intercambiaba cartas casi a diario con el escritor y amigo Fernando Sabino. En 1945 publicó su segunda novela, “O lustre”.

De vuelta a Río, en 1949, Clarice retoma su actividad periodística, firmando con el seudónimo Tereza Quadros una columna en un periódico local. En septiembre de 1952 volvía a dejar Brasil, desplazándose con su marido a Washington. En febrero de 1953 dio a luz a su segundo hijo: Pedro. En 1954 se publica la primera traducción de un libro suyo: Cerca del corazón salvaje, en francés, con portada de Henri Matisse. Empieza a tener el reconocimiento literario que buscaba y esto hace que no cese en su intento de ganar horas para su gran vocación. En la capital estadounidense vivió siete años, desarrollando una gran amistad con el escritor Érico Veríssimo, que sería uno de sus grandes apoyos. Intenta no perder el pulso de su país y desde allí sigue publicando cuentos en revistas brasileñas a la vez que mantiene una fuerte relación epistolar con el escritor Otto Lara Resende.

En 1959 rompe con su marido para regresar a Río de Janeiro, donde volvió a la actividad periodística, comienza a escribir artículos en prensa que le permiten poder independizarse de forma definitiva. Empieza una nueva vida que coincide con la aparición de su segundo libro de cuentos, “Lazos de familia”, que es un verdadero éxito. En 1961 publica la novela “La manzana en la oscuridad”, más tarde convertida en obra de teatro. En 1963 publicó la que es considerada su obra-maestra, la novela “La pasión según G.H.”, escrita en pocos meses, de una forma frenética.

En estos años un hecho trágico marcaría para siempre su cuerpo y su obra. En la madrugada del catorce de septiembre de 1966 la escritora, que estaba fumando en la cama, provoca un incendio que destruyó completamente su dormitorio. Rescatada de entre las llamas y con quemaduras en gran parte del cuerpo la escritora pasa algunos meses en el hospital. Su mano derecha, muy afectada, casi tuvo que ser amputada por los médicos y jamás recuperó la movilidad de antes. El incidente repercutió profundamente en su estado de ánimo, y las cicatrices y marcas en el cuerpo le causaron frecuentes depresiones en sus últimos años y marcan de forma definitiva sus últimas obras.

Este estado de ansiedad y depresión domina sus últimos años, hasta su muerte en Río de Janeiro, en diciembre de 1977, víctima de un cáncer de ovarios, que acabaría con su vida pocos meses después de la aparición de su última novela “La hora de la estrella”.


Sus libros de cuentos


El primero de sus libros de cuentos se llamó “Algunos cuentos” y fue publicado en 1952. Este primer recopilatorio estaba formado por seis relatos que bajo una apariencia de sencillez aborda ya los temas principales de su obra posterior. Son relatos en que el tiempo parece detenido, en que se sacrifica la acción para mostrar la tensión interior de los personajes.

En 1960 publica “Lazos de familia”, su segundo libro de cuentos y uno de los más exitosos en el que profundizará como pocos en el tema de la vida familiar, sus caos, delirios y contradicciones. Tuvo un gran reconocimiento y críticos como Erico Veríssimo la cataloga como “la mejor colección de relatos desde Machado de Assís”. La mujer y sus sentimientos, las ansiedades y las rutinas que las propician son los temas principales de este volumen trascendental.

En 1964 publicó “La Legión Extranjera”, un recopilatorio de trece relatos en que se entrecruzan textos de los más variados tonos y estilos. El resultado es su libro de relatos más variado y que demuestra el dominio de la autora registros muy alejados. A este libro le seguirá “Felicidad clandestina”, de 1971, un libro con un tono más intimista y amargo, posiblemente uno de sus libros más reconocidos y traducidos. La crítica busca los referentes de Clarice en la obra de Joyce, Katherine Mansfield y Virginia Woolf.

En 1974 aparece “El vía crucis del cuerpo”, uno de sus libros de relatos más controvertidos. Denostado por algunos que llegaron a tachar de “basura” este volumen se aprecia el dolor que parece marcar su vida tras el accidente. “El vía crucis del cuerpo” está compuesto por trece relatos de apariencia sencilla con un tono erótico ineludible, frenético. Pese a este tema de fondo aparecen multitud de referencias bíblicas, cuentos radicales, directos con sexo casi explícito pero sin caer en la pornografía. Un reconocimiento de la sexualidad con los cinco sentidos. Hay encuentros homosexuales, bailarinas, prostitutas, se abre una ventana a un erotismo hasta entonces poco usual en la literatura iberoamericana, y más en la literatura femenina. Asistimos al cuerpo como cárcel y redención, objeto y deseo.

La narrativa breve de Clarice Lispector se completaría con otros dos volúmenes: “¿Dónde estuviste anoche?”, en 1974, en la misma línea de “El vía crucis”, y “La bella y la bestia”, publicación recogida por su hijo con narraciones de sus primeros y últimos años, en 1979.

miércoles, 7 de julio de 2010

CADAQUÉS, BAZILLE Y LAS DERIVADAS DEL CUENTO



CADAQUÉS, BAZILLE Y LAS DERIVADAS DEL CUENTO
(Artículo en la revista Culturamas el 7-7-2010)
por Fernando Clemot

Lo que el ojo ve el cerebro lo representa o lo percute.
En los estímulos exteriores está la miel antigua de la realidad, los poetas y pintores lo utilizan a menudo, ¿por qué no ha de buscar la inspiración un escritor en un paisaje? Siempre me atrajeron los pintores impresionistas y todos tuvieron sus fuentes de luz y de sensaciones: Cézanne, con sus playas y sus bañistas; Renoir en los reflejos de los entoldados y las alamedas; Degás y Manet en los cafés; Gauguin, Van Gogh en los campanarios de la Provenza; los acantilados de Courbet y Monet y sus campos en flor.
Siempre me fijé un cuadro de los que hay en Orsay, en las plantas de arriba, es de uno de los menos conocidos, Frédéric Bazille, que en su Reunión en familia retrataba a los suyos en Montpellier, debajo de una enorme higuera. El cuadro tiene una luz prodigiosa, una luz que sólo se podía destilar en el Mediodía francés, como lo hizo él, el cielo y la campiña tienen un brillo imposible en las brumosas imágenes de Normandía que dibujaron Cézanne o Monet. El cuadro está fechado en 1867 y el pintor tenía veinticinco años. Bazille no llegó a ser un eterno porque murió muy joven, tres años después de pintar el cuadro, en la batalla de Beaune, en la guerra franco-prusiana.

Bazille tiene otro cuadro maravilloso: El vestido rosado. Allí, en un atardecer, una muchacha cogida de espaldas se apoya en un muro y mira un pueblo mediterráneo. El pueblo es Castelnau-le-Lez, cerca de Montpellier, pero podía haber sido Cadaqués y el poyo en el que se sienta podía ser una ventana abierta y la muchacha del vestido rosado la hermana de Salvador abriendo su ventana al azul. No soy pintor pero este fin de semana mi inspiración ha de ser Cadaqués y hasta aquí he venido dispuesto a apuntar cualquier estímulo que reciba allí, cualquier detalle, cualquier idea. No descubro ningún motivo nuevo, unos vinieron a morir en esta costa, como Machado y Walter Benjamin, y otros a dibujarla, como Derain y Matisse, en Colliure, un poco más al norte. El nudo troncal es el lugar y de él hay que extraer derivadas.

En la arena, tras un baño en Es Pianc, hojeo una guía de la Costa Brava que me da el primer material digno para una historia. Habla la guía de un barco inglés de nombre Llanishen que en 1917 fue torpedeado entre Port Vendrés y Portbou por un submarino alemán. Más tarde encuentro más material por internet. La mayor parte de la tripulación del Llanishen fue evacuada en Portbou pero todavía encontraron ocho supervivientes cuando encalló el barco en los bajíos de Els Caials. Durante aquel invierno de 1917 una naviera de Barcelona trató de reflotarlo tapando las vías pero fue inútil, era un barco grande, de cien metros de eslora y más de cuatro mil toneladas. Abandonado en los rompientes será desmontado durante ocho años por un buzo local, Constantino Kontos. En 1947 el hijo de este, Jordi Contos, volaría las calderas con dinamita.

El Llanishen salió del puerto de Savona y su destino era Gibraltar y el submarino que lo torpedeó partió del puerto de Pola, en la costa dálmata. Me pareció que aquí había una historia por eso la apunté en la Moleskine que me compré en la Riera. Luego aparecen más anotaciones que transcribo: aventuras salvajes de juventud, exceso sexual, cámping gas, un cubo de basura con unas escriturasd de un terreno, una vespa con sidecar, veraneos, niños ricos, playas, masturbación, Franquismo, pintores, oportunistas, extranjeras, años 60, top-less, voyeur…
Las primeras copas en las terrazas están llenas de sugerencias, me siento ágil, estoy todavía lúcido y por la noche en El Hostal aparecen nuevas tramas. En uno de los rincones del bar, cerca de la chimenea, se guardan algunas piezas del Cadillac que tenía Dalí y un ajedrez de Marcel Duchamp. El principio de la historia podría ser Salvador Dalí y su hombre de confianza mirando las piezas del Cadillac, ensimismados, quizá el coche está estropeado o sin ruedas y el pintor encarga a su ayudante una misión absurda o imposible. Apunto en la barra. Un tipo que se parece a Genet me mira extrañado.
El Hostal está resultando una fuente inagotable de tramas, quizá Dalí se equivocaba y el centro del mundo no estaba en la estación de Perpignan, estaba aquí entre esas fotos colgadas en la pared que recuerdan que en el cabo de Creus se rodó “La luz del fin del mundo”, adaptación de la novela de Julio Verne, con Kirk Douglas y Yul Brynner. La película se rodó en 1971 y se construyó un faro a tamaño natural en el cabo de Creus. Debió ser un gran acontecimiento. La gente del Club Med se acercaba para ver si veía algo a la roca de El gran masturbador y desde el extremo la cala Culip. ¿La historia de un extra o de un mirón? Los dos actores estaban ya en horas bajas cuando llegaron aquí, hay dos cuadros de ellos a la entrada, impecable Douglas, con su sonrisa de galán agostado, más místico Brynner, parece que mire hacia el más allá en una misión espacial. Lo subrayo. Sí, me pareció que lo de la película y el Club Med también daba para un argumento.

El Hostal no tiene fin, es un sumidero de todo el encanto demodé de Cadaqués; el póster enorme de Teresa Gimpera que hay a la entrada de los lavabos anuncia que este fue uno de los grandes reductos de la “gauche divine”, todos bailaron en El Hostal, se emborracharon aquí y se drogaron en soberbias terrazas con vistas. Tenían que heredar un país y mientras llegaba su hora se divertían. En los primeros setenta la historia de un arribista que quiere entrar en aquella élite podría ser otro argumento, sin nombres ni nada que distraiga, sólo la situación, un Sorel infiltrado en la burguesía catalana postfranquista. Algo chirría. La descarto.

De madrugada acabamos frente a la playa, desnudos, fumando un cigarro. En el bar, cerca de la barra, allí estaba aquel tipo que se parecía a Genet. Tenía una mirada asesina, de lado recordaba también a Erich von Stroheim. Al calor de las primeras luces bosquejo unas líneas, me cuesta poder transcribirlo y corregirlo por la mañana, la letra es ilegible, la libreta está mojada y hay arena en la cabezada pero queda algo así:
“Se solía bañar desnudo, muy temprano, entre las barcas de Sa Conca.

Lo reconocí el primer día. Era él, estaba allí, efímero, su piel brillaba con las primeras luces como la de un pez recién brotado del agua. Tenía el pelo muy canoso, blanco agostado como el poso de un cigarrillo. El rostro duro que siempre le había intuido, la cara partida por los años de presidio y delincuencia. El pelo muy corto y la frente cargada sobre unas cejas que escondían los ojos. En sus mejillas ardía el alcohol, el rubor de los héroes griegos.

Por la tarde estuvimos en una de las terrazas. Se hurgó meticulosamente los dientes con un palillo que cogió de la barra. Escupió. Conservaba los modales bruscos de la cárcel y un tatuaje mal avenido en el antebrazo.

Marchó al día siguiente. Se llevó mis poesías en una carpeta sucia. Antes de irse me arrimó contra un portal, me estiró del pelo y me apretó muy fuerte el sexo. Le acompañé hasta el autobús. Llevaba una triste maleta de cartón que habíamos recogido de su pensión. Porque era Genet, sí, tenía que ser él, se parecía mucho al de las fotos, lo era, o al menos él había dicho que sí, que lo era.”

Cierro la libreta al fin. No sé si por Murakami o por qué lo titulo “Genet en Sa Conca”.