martes, 7 de febrero de 2012

RESEÑA DE ALBERT LLADÓ SOBRE "EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS" APARECIDA EN LA VANGUARDIA DIGITAL (7/2/2012)

 ¿Ser Marco Polo o Rustichello?

Fernando Clemot indaga en la memoria como artificio literario en su nueva novela, 'El libro de las maravillas'

Libros | 07/02/2012 - 11:44h

Fernando Clemot sorprendió al mundo literario al ganar en 2009 el Premio Setenil - al mejor libro de relatos publicado - con Estancos del Chiado (Paralelo Sur Ediciones). Y lo hizo pasando por delante de nombres ya consagrados, apoyados por grandes editoriales y con una importante maquinaria de promoción detrás.
Pero si Clemot no era conocido en los grandes medios sí que lo era en el mundo literario. Su prosa se había llevado ya decenas de reconocimientos y, el mismo año, publicó la novela El golfo de los Poetas (Barataria), en la que sigue indagando en una de sus obsesiones: la memoria como artefacto de ficción.
Ahora, de nuevo con Barataria, ha construido lo que se articula como una segunda parte de aquella novela. La ha titulado El libro de las maravillas, como el célebre libro de Marco Polo, que el incesante viajero dictó a su compañero de celda en Génova, Rustichello.
La literatura de Clemot es la literatura del balance, de un yo lírico que intenta componer el puzzle perdido del pasado. El protagonista de su "libro de las maravillas", al final de sus días, transita de la aburrida vida en una biblioteca al retiro a una clínica, un sanatorio donde espera la muerte. Pero no lo va a hacer de una forma pasiva, sino escuchando, viajando desde la escritura de un cuaderno de notas que va llenando al igual que Rustichello filtraba e interpretaba las aventuras de Marco Polo.
De esa necesidad de respirar vidas no vividas nace la literatura de Clemot, pero también la del narrador. Observar como acción pura, escribir como dibujante de rutas y mapas, resistir para deshacerse de la monotonía de los días y las pérdidas.
En esta nueva novela de Clemot se reproduce el memento mori latino. Es el moribundo quien mejor sabe de la fugacidad y, por lo tanto, quien afronta el pasado con la determinación de cambiar el presente en la medida de lo posible. No hay futuro, y la mirada tan sólo puede realizarse hacia atrás. La melancolía, en este caso, es un arma de doble filo.
El lenguaje de El libro de las maravillas es altamente metafórico y lo fractal va cobrando presencia, explicando la naturaleza exterior e interior a la vez: "podemos hablar de la garganta de un hombre, de la garganta de un río, de una que discurre por una apretada garganta; hay lenguas de carne, de lava, de hielo, de arena; las montañas tienen espalda y hombros; los desfiladeros son cuellos labrados en la roca...".
Escrito en forma de diario, quien nos explica la historia se pone límites espacio-temporales, paradójicamente, para no preocuparse de ellos, para liberarse de la forma y concentrarse en los "recuerdos-faro" con los que recobrar imágenes perdidas en las grutas del recuerdo: "Olas y memoria vienen de lejos, ambas nacen de un impreciso movimiento mar adentro y traen con ellas sedimentos y algas, metralla del fondo que arranca el mar en su combate".
Decía Apollinaire que "la memoria son cuernos de caza que mueren en el viento" y el narrador sabe que únicamente el dolor puede esquivarse desde dos estrategias: "el vicio o la rutina". Así, la necesitad de escribir, de dejar testimonio de existencia y muerte, es un ejercicio de rebeldía.
Como en toda obra de Clemot, la mujer es relato de vida. Por El libro de las maravillas van dejando huella Gina, Ángela, Lynn, Vera o Clara. Son una puerta abierta, una excusa, una invitación a la libertad. Una última oportunidad. Bridoso, su alter ego, le enseña el desenlace y el narrador opta por ser, a la vez, Marco Polo y Rustichello, el que viaja y el que escribe el viaje. Que es la misma cosa. Y la contraria.

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