Al bajar por la rue de Saint Jacques, muy cerca del Sena, está la iglesia de Saint Severin. Es una de las más antiguas de la ciudad, de los tiempos de los francos, aunque la planta actual es gótica, del XIV, con sus arbotantes cargados. Es una iglesia oscura y húmeda, con un deambulatorio largo que huele a cera y a sombra. Cerca de la entrada encontramos lo que veníamos a buscar, su pequeña sorpresa: la columna de la palmera.
La columna, dice la tradición, es un aleph. Era la segunda vez que me encontraba frente a uno, el anterior fue en Toulouse, en Saint Ettiene, aunque se dice que el más importante está en El Cairo, en la mezquita de Amr. Pero ahora estaba frente aquel, frente al mío. Acerqué el oído al mármol con la esperanza de encontrarme allí con todas las voces del mundo. Estaba fría la piedra, no había nada, un pitido tal vez, el mismo rumor hueco de una caracola.
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