domingo, 10 de enero de 2010

SOBRE GEORGES BATAILLE ( I ): Crítica sobre El azul del cielo. Entrevista a Bataille. Vídeo-arte sobre su obra.



EN LA MÍSTICA DEL EXCESO

“El azul del cielo” de Georges Bataille
Tusquets Editores, 2004.

por Fernando Clemot

Si en el ejercicio literario cada autor traza su propio camino pocos habrán emprendido un sendero más abrupto que Georges Bataille (Clermont-Ferrand, 1897- París, 1962), trasgresor mórbido, hábil merodeador de los más profundos abismos, discípulo incondicional de Sade, de Blake, del turbio Isidore Ducasse, conde de Lautréamont, será Bataille la voz más provocadora de una generación sin definir, que quedó enquistada entre existencialismo y surrealismo.
Porque a principios de los treinta huía Bataille de la refriega surrealista, le había decepcionado la teatralidad vacua de los dogmas de Breton y empezaba ahondar en su personal lenguaje. A partir de la publicación de “El azul del cielo” (1935) sublima el tono de su alarido, hará anidar su prosa sobre las gónadas del horror, del asco, de la crueldad y el erotismo más explícito. Sobre estas claves cimentará sus novelas y ensayos. Se nutre para ello de una filosofía cercana a la de Nietzche –desarrollaría más tarde varios ensayos sobre él- aunque matizada por la idea surrealista de la energía como motor de la actividad humana y una fe personal en que las experiencias límite servían como fuente reveladora.
Bastarían los títulos de sus principales ensayos para comprender sus inquietudes, títulos como La experiencia interior (L´expérience intériure, 1943), El culpable (Le coupable, 1944), El erotismo (L´erotisme, 1957) y La literatura y el mal (La littérature et le mal, 1959) definen a la perfección un ideario en el que el erotismo y la violencia, serán instrumentos de una experiencia mística, humana, pues se realiza sin presencia de dios.
Sobre la novela “El azul del cielo” Bataille comentó que la había “escrito en la violencia de una prueba sofocante, imposible” y así resulta la lectura de la novela, un tiento de locura, un paseo con la vista puesta en el abismo de perdición que parece acompañar a su protagonista, Henri Troppman, un duro mesías del exceso al que seguimos en su peregrinar por burdeles y hoteles de media Europa. La narración se nos presenta en cada escenario como un reto constante, nos enfrentarnos a pruebas al igual que Troppman, las aberraciones del protagonista encanallan la novela y la lectura desde su inicio (en los primeros capítulos hay dos episodios abrasivos en el velatorio de la madre de Troppman y en plena borrachera junto a Dirty, una de las tres musas de la novela) y la línea narrativa sufre continuamente los embates de elementos excesivos, cacofonías casi folklóricas que embrutecen y embellecen, que nos soliviantan y tratan de llevarnos a las vías de la mística que preconiza Bataille.
Se diría que el autor a golpe de excesos intenta teorizar, colocarnos frente a metáforas de vida a través de sus experiencias límites, mostrarnos a través del asco, el deterioro y la enfermedad que parece devorar a todos sus protagonistas, los límites y la verdad de la condición humana.
Pero no será aquí cuando más luce su filosofía; ganará Bataille cuando relaja el ambiente sofocante de los primeros capítulos, cuando afloja el peso de la provocación y lo hace flotar en el flujo narrativo, se nos hace más creíble entonces su filosofía, tienen sus “boutades” morbosas más peso, nace belleza entre las pajas del estiércol, como la escena en que hace el amor Troppman con Dirty en medio de un cementerio iluminado, un cementerio que será un cielo, el mismo que parece obsesionar al autor en Barcelona, en Londres y Viena, casi siempre como contrapunto a sus embotadas disquisiciones alcohólicas.
Porque no es sólo “El azul del cielo” el itinerario suicida del protagonista por varias capitales acompañado de sus tres musas (Dirty, una venus sáfica que acompañará a Troppman hasta su última aventura en Alemania; Lázare, la intelectual comprometida, y la ingenua y desgraciada Xènie), la novela tiene más, gana al avanzar y ya en el tercio final el autor se libra de la carga de trasgresora y nos muestra una imagen verosímil de los años previos a la Guerra Civil en Barcelona. La ciudad arde en las revueltas que siguieron a la proclamación la República y el autor entremezcla con habilidad las peripecias de Troppman con este clima prebélico, una plena acción revolucionaria que cuaja en el pensamiento del protagonista.
Hay premoniciones y certidumbres más tarde. Predicciones cuando el protagonista escenifica en uno de sus sueños etílicos la deshumanización del régimen comunista es un edificio en ruinas a punto de estallar. Tiene una actitud confusa su protagonista, alienta la insurrección anarquista pero no quiere participar de ella, practica un voyeurismo revolucionario. También alguna crítica ha destacado que el recorrido de la novela -Londres, Viena, París, Tréveris- no es sino un recorrido a la inversa del trayecto vital de Karl Marx, que nació en la pequeña ciudad alemana, vivió en las otras dos capitales y acabó muriendo en Londres.
Hasta entonces premoniciones pero ha de acabar la novela con una certidumbre dramática. Estamos en octubre del treinta y cinco y Troppman, acompañado por Dirty, visita la ciudad natal de ésta, Tréveris. Ella ya en el tren le pregunta sobre la guerra que se adivina mirando unos campos yermos. Estremecen al protagonista-autor sus visiones de cementerios, de niños uniformados cantando en el interior de estaciones y unos ojos, unas pupilas de porcelana azul, en la mirada fría y metálica de un oficial de las S.A parece coagularse todo un universo fanático, descerebrado, todo el espanto que tendría que venir más tarde.



La única entrevista concedida por Bataille para la televisión. Le entrevista Pierre Dumayet en mayo de 1958 con motivo de la presentación de su libro "El mal y la literatura".






Trasposición del imaginario de Bataille en un interesante corto.





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