domingo, 3 de enero de 2010

LA CRÍTICA LITERARIA ( II ): ENTREVISTA A SANTOS SANZ VILLANUEVA

Por Fernando Clemot

Estimado Santos Sanz: nos gustaría que nos resumiera lo más destacado de su trayectoria literaria, crítica y docente en unas pocas líneas.

Mi trayectoria responde a una vocación sentida con fuerza desde la adolescencia, en la que anduve por la emisora local y la prensa. En los dos periódicos de mi ciudad, Soria, me familiaricé con la imprenta, arte que siempre me ha atraído, hice toda clase de trabajillos de redacción y creé, en “Soria Hogar y Pueblo”, una sección fija semanal de crítica. También fundé con Víctor Pozanco una efímera revista, “Literforma”. Sin abandonar la crítica, hice estudios de Filología en Zaragoza. Aquí empecé mi trabajo docente, en la Facultad, y acompañé a mi maestro, Francisco Ynduráin, cuando se trasladó a Madrid. En la Complutense seguí dando clases hasta hoy. Ahora estoy maquinando dejarlo antes de que me pille Bolonia y pedagogos, políticos y comerciantes conviertan la universidad en una variante de formación profesional. Me gustan mucho las clases, tratar con los jóvenes, aplicar mi experiencia y los conocimientos que dan los años para sugerirles horizontes, despertar o ahondar sus inquietudes, incitarles a pensar y a enjuiciar con sus propios criterios, aprender de sus puntos de vista..., pero no me gusta nada el rumbo que llevan las cosas. En el camino, lo normal. Fui publicando libros y trabajos de investigación y estudio. He estado al frente de colecciones literarias en varias editoriales. Y desde hace bastantes años hago con regularidad crítica en la prensa y en revistas culturales.

Una pregunta inevitable y que hemos hecho a otros críticos de prestigio: nos gustaría que nos definiera cuál cree que es el papel que debe tener el crítico literario dentro del mundo de la literatura.

Dejando aparte al crítico académico, que tiene cometido y técnicas específicos, y entendiendo por crítico al comentarista de la actualidad en la prensa, su papel ha de partir del reconocimiento de la modestia de una función mediadora entre autor y lector. El periódico exige información y opinión. El crítico, a mi parecer, tiene que informar con claridad de los rasgos fundamentales de la obra que comenta (contenido, estilo, intención, ideología...) y valorar el grado de acierto entre los medios utilizados por el autor y su propósito. Todo ello al servicio del lector común de periódico, para que éste sepa de qué va la obra y disponga de unas noticias que orienten su decisión de comprarla o no. No me gusta la crítica que se pone por encima del libro o que lo toma como pretexto para hacer ejercicios de estilo o de pensamiento. Lo dicho está condicionado, claro, por el espacio del que se dispone. Otra crítica, que aplauden mucho los escritores, la ensayística me parece bien, y quizás de más mérito que la de actualidad, pero no es crítica periodística.

En su caso, ¿cómo llegó al mundo de la crítica? ¿Cree que existe la figura del crítico literario vocacional?

Sí, creo que hay una cierta disposición genética. Aunque requiere, por supuesto, de una formación histórica y técnica en la que fundamentar los comentarios y evitar que estos caigan en el puro impresionismo. Unas gentes estamos más inclinadas a unas actividades que a otras. La mayor parte de mis compañeros del colegio preferían jugar al fútbol, mientras que yo encontraba más placer en la lectura o en las ocupaciones que he dicho. Que hacía con mucho gusto y sin retribución alguna. Mantuve la sección del periódico incluso desde Madrid cuando ya trabajaba aquí. Pero no lo hacía con la idea de convertirme en crítico profesional, sino más bien, también, con un sentido social y político. Eran todavía los tiempos de Franco y veía en esa actividad una manera de poner mi granito de arena contra la dictadura. A la crítica regular llegué por los azares de la vida. Fui haciendo crítica ocasional en diversos lugares: Tele/exprés, La Vanguardia, El País y alguna revista... Por fin, se convirtió en una ocupación habitual, primero en “Diario16” y luego en “El Mundo”.

A menudo se critica el papel de la crítica diciendo que está condicionada a intereses editoriales y en los últimos años a los grandes grupos. ¿Qué tendría que decir a eso? ¿Son ciertas estas presiones? ¿Existe la posibililidad de un crítico ajeno a todas estas circunstancias?

Desde luego que está condicionada. Pero no en el sentido de que el crítico se venda. Creo que (casi) todo el mundo tiene o tenemos un precio, pero el sector editorial y cultural no es la industria aeronáutica o de los trenes de alta velocidad y lo que podría pagar no son cantidades lo bastante sustanciosas para comprar una voluntad. Las presiones, influencias o condicionamientos existen: la cercanía de autores y críticos en frecuentes actividades, las migajas que pueden obtenerse de la industria editorial, las actividades que patrocinan los políticos... Pero todo ello es poca cosa como para que no pueda darse la independencia del crítico, al menos relativa. Los condicionamientos son de otra clase, y más decisivos. El gran condicionamiento es el propio medio: los títulos que selecciona para ser comentados, el espacio que le dedica a un libro, el lugar donde coloca la crítica, si le pone foto o no... El verdadero crítico es el medio.


EL EJERCICIO CRÍTICO

Como historiador de la literatura ¿cree que debe desligarse la literatura del contexto histórico? Hay algunos críticos e historiadores que abogan por otro tipo de sistematizaciones más relacionadas con la analítica del lenguaje o con lo ideológico. ¿Qué opina al respecto y cuál es su postura?

La historia y la crítica literaria cambian por temporadas. Formalismos y estructuralismos limpiaron mucha ganga impresionista, sicológica e ideológica. Pero mutilaron el componente moral y social que lleva todo texto, incluso los que parecen de más pura creatividad verbal. Luego se ha caído en los llamados estudios culturales y postcoloniales, a los que les da lo mismo la entidad artística de la obra y solo les interesa por lo que refleja de ciertas marginaciones históricas. Para mí, es imposible entender la literatura fuera de un contexto y sin tener a la vez en cuenta que es un arte. Mis trabajos han ido casi siempre en esta línea. Pero, para no enrollarme lo diré con palabras de Edmond Wilson con las que comulgo y que expresan mi parecer mejor que lo podría hacer yo. Le decía Wilson a su maestro Christian Gauss al enviarle El castillo de Axel: tengo "mi idea de lo que debería ser la crítica literaria: una historia de las ideas y de la imaginación del hombre en el marco de las condiciones que las determinan".

¿Cómo definiría el momento actual de la crítica literaria española en prensa? A menudo se ha acusado a la misma de cierto acomodamiento o de poco "punch"?

El momento de la crítica no es diferente del estado general de nuestra cultura, un tanto gris, y en la que faltan orientadores de opinión de reconocimiento generalizado. Las denuncias para desacreditar la crítica son amplias y generalizadas porque es cómodo atacar al eslabón más débil y suele salir barato. Es curioso cómo escritores que trapichean con los premios se despachan contra la venalidad crítica. Tirar al crítico se ha convertido en un deporte. Tengo una auténtica colección de perlas de esta clase. ¿Reblandecimiento de la crítica? Tal vez, al menos para los que gustarían de que el crítico fuera un killer, siempre claro, que no les toque a ellos. Yo prefiero, como he dicho, la crítica explicativa, firme pero templada, y no la que busca hacer sangre; y la crítica orientadora con una función pública.

Otro sambenito que suele acompañar a la crítica literaria en prensa es que hay críticos que únicamente hacen reseñas o críticas sobre libros o autores que les gustan. ¿Qué opina sobre esta afirmación? ¿Ha rechazado la crítica de algún libro?

No me parece mal el crítico que apuesta por un autor y lo sigue con constancia por creerlo alguien que merece que se llame la atención del público. Fue ejemplar el seguimiento que hizo Clarín de Galdós, y la publicidad que le hacía por considerarlo la máxima expresión y la más oportuna de la novela de su tiempo y para evitar que quedara a la par o por debajo de autores de menor valía. Estaría bien que uno pudiera escribir siempre de lo que le parece mejor. Pero considero una obligación dar cuenta de lo que va saliendo. Me parece inexcusable asumir los desiguales niveles de las novedades literarias. Es casi como un principio al que me someto voluntariamente. Aunque, para mí, las reseñas más desagradables no son las de los libros que me parecen desacertados sino las de los libros anodinos, esas obras que no son buenas ni malas sino todo lo contrario; que uno no puede ni aplaudirlas ni condenarlas. Se me suele notar que las solvento con el oficio y que hago una faena de aliño. Y sí, a pesar de ese principio, he rechazado más de una vez, aunque no muchas, criticar algunos libros. Sobre todo cuando no siento la suficiente independencia para decir libremente lo que pienso, a favor o en contra.

Las relaciones entre críticos y escritores es otro foco de curiosidad. ¿Cómo funciona esta relación en su caso? ¿Cree que existe incompatibilidad entre el ejercicio crítico y la relación personal con los autores?

No participo en tertulias ni pertenezco a ninguna clase de grupo, así que mi trato con autores no es de capillas. Además, llevo una vida un tanto anacoreta. Pero sí trato más o menos esporádica y circunstancialmente a buen número de autores, y con algunos, pocos, tengo relación amistosa. Estas relaciones dificultan la exposición clara de una opinión. Y no hablo de compadreo sino de que el afecto, la simpatía o la antipatía mediatizan la opinión. No me parece incompatible, pero tampoco muy aconsejable. Y, desde luego, me parece negativo el trato asiduo y generalizado de críticos y autores.

¿Ante la obra de un escritor novel cuál cree que debe ser la actitud del crítico?

Menudean los tópicos al respecto y existen hasta taxonomías sobre el trato que debe darse a un autor según su edad y grado de reconocimiento. El trato, pienso, ha de ser el mismo al novel que al veterano. Decía antes que la crítica ha de dirigirse al público, no al autor. Y añado que me molesta la actitud de maestro ciruela. Quizás con el novel pueda admitirse alguna concesión a este respecto. No está mal que se le adviertan los riesgos que empañan su trabajo cara al futuro. Y la actitud más grata es la de celebrar el nacimiento de una voz cuajada o prometedora. Leo mucho a los jóvenes y nuevos y procuro hacer propaganda cuando encuentro alguno que merece la pena.


LA LITERATURA ESPAÑOLA HOY

Manuel Vázquez Montalbán aseguraba a mediados de los noventa que las tendencias de aquel momento estaban ya presentes en los últimos años del franquismo. ¿Está de acuerdo con este apunte? ¿Cree que es todavía aplicable a la literatura española del momento?

En esencia, estoy de acuerdo con Vázquez Montalbán. El franquismo acabó antes en las letras que en las instituciones. Desde mediados de los sesenta se produjo la ruptura con las imposiciones de todo tipo que había padecido la literatura desde la guerra. Fue el inicio de un proceso de normalización y modernización de la literatura, de una voluntad de escribir sin hipotecas. La mayor parte de las tendencias distintivas del cambio no han sobrevivido, sólo la obra en marcha de los autores de la generación de los amenes de la dictadura, la de los novísimos y antinovísimos. Desde los años 80 se ha impuesto una pluralidad, casi caos, de vías; han irrumpido otras orientaciones por completo ajenas a las que definieron la transición literaria y, además, un fenómeno in crescendo, la comercialidad intrínseca, ha marcado con fuerza nuestra literatura; o, mejor, la narrativa, que viene a ser hoy la única manifestación literaria de dimensión popular o general.

A menudo se señala que los autores que han encauzado unas trayectorias literarias más sólidas son autores que empezaron su producción literaria en los años setenta (Pombo, Marías, Vila-Matas, Mendoza, Luis Mateo Díez…) mientras que los escritores surgidos en los ochenta y noventa (Miñana, Alejandro Gándara, Llamazares, Muñoz Molina, García Sánchez…) han desarrollado trayectorias de un perfil más bajo. ¿Estaría de acuerdo con esta afirmación?

Esa impresión la puede producir el hecho de que los primeros tienen una obra más amplia. Para una valoración de este tipo habrá que esperar a ver qué siguen haciendo los segundos. Por otra parte, no creo que pueda decirse que Muñoz Molina o Belén Gopegui, Ovejero o Menéndez Salmón tienen perfil bajo.

En los últimos diez años se podría destacar la aparición de la literatura norteamericana como referente directo en algunos autores (Loriga, Eduardo Lago, Fernández Mallo y la llamada Generación Nocilla…) ¿Qué opinión tiene sobre esta influencia? ¿Es la cultura globalizada un riesgo para las literaturas nacionales vertebradas desde hacer varios siglos?

La influencia norteamericana es anterior. Sorprende ver el peso que, en sentidos muy distintos, tuvo Faulkner en los oscuros y autárquicos años cuarenta. Y en el decenio siguiente, los jóvenes de entonces tuvieron muy presentes a los autores de la generación perdida, aparte, claro, de italianos y franceses. No creo que se trate de un impacto de la cultura globalizada. Me parece un caso de sustitución de referentes extranjeros causado por el decaimiento de algunas culturas nacionales europeas que vienen padeciendo un largo periodo de atonía. La novela americana ha sido más atrevida y creativa, ha desplazado en buena medida a la inglesa, francesa, italiana y alemana en los últimos tiempos. Por otra parte, en las influencias también hay fenómenos de moda. Ha ocurrido con el influjo de cierta narrativa centroeuropea densa bien poco común con nuestras formas habituales, más realistas y directas.

Por último nos gustaría que nos definiera a modo de fotografía el momento actual de la narrativa española, alguna recomendación, autores…

Es complicado hacer una fotografía de la actualidad y que dentro de ella entren los rasgos definidores, cantidad, variedad y algo de epigonismo. Hay, me parece evidente, un contraste enorme entre la novela de consumo y la novela creativa. Hay, también, una inquietud por el futuro del género, o, mejor, por las peculiaridades que ha de tener la novela para que sea actual, para que se inserte en la sociedad de Internet, de los blogs, del video clip, del fanzine... Veo como una incertidumbre, en los autores más atentos, sobre qué hacer en la disyuntiva actual, a un lado una novela que se siente antigua y no termina de convencer y en el contrario otra innovadora que no acaba de definirse. Si dejo fuera a los autores con obra casi cerrada o los ya plenamente reconocidos (Esther Tusquets o Marsé y los algo posteriores Luis Mateo Díez, Merino, Mendoza, Vila Matas), las recomendaciones son muy arriesgadas y corren el riesgo de injustos olvidos. Recomiendo algún medio olvidado a pesar de la categoría de su obra: Juan Eduardo Zúñiga o Antonio Rabinad. Más conocido pero no lo que merece, Rafael Chirbes. Y más jóvenes, Ovejero, Gopegui o Isaac Rosa. Pero no se tomen como la lista de un canon. Son algunos nombres que me salen a bote pronto.

Un abrazo, Santos, y mil gracias por su colaboración. Estamos encantados con ella.

(Entrevista publicada en el número 7 de Paralelo Sur: Barcelona, diciembre de 2009)

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